viernes, 23 de noviembre de 2012

Sección Serendipia I. La unión hace la fuerza.


1941. Una mañana cualquiera. ¿Cualquiera? No del todo ya que, ese día se iban a producir unos hechos que serían desencadenantes en la invención de uno de los productos más utilizados del mundo.

Esa mañana, como muchas otras, un ingeniero eléctrico paseaba por el campo, una de sus aficiones preferidas, junto a su perro. Ese ingeniero, suizo de nacimiento, es el mismo que con 12 años ideó y construyó un avión de madera como juguete y que posteriormente acabaría patentando. Ese ingeniero era George de Mestral.


Tras el paseo, George y su perro volvieron a casa. Una vez allí, se encontró con lo difícil que le resultaba separar las pequeñas flores del cardo alpino que se le habían enganchado en los pantalones, pero que las que se habían enganchado al pelo de su acompañante canino resultaban aún más molestas de desenganchar.

Debido a ese hecho, decidió inspeccionar esas flores con más detalle en el microscopio para entender el motivo de tan alta resistencia. En ese momento, descubrió que en los extremos de las espinas del cardo existían una multitud de ganchos en forma de garfios que se pegaban a los tejidos y al pelo de manera que resultaba muy difícil deshacer la unión.

La serendipia, es eso, hacer un hallazgo de forma fortuita mientras se perseguían otros fines. Pero también, tener la capacidad de darse cuenta de lo que se ha hallado puede convertirse en una innovación, en este caso, de orden mundial. Pasar del hallazgo a la idea y de la idea, al producto.

Y De Mestral se dio cuenta, y de ese descubrimiento nació un nuevo sistema de cierre, un sistema que en poco tiempo desplazaría la importancia de otros sistemas como cremalleras o botones. Además, por su elevada facilidad de uso y resistencia se emplea en otros muchos usos cotidianos e industriales como sistema de enganche y fijación.


Así es como fruto de un paseo por el campo y de una mente brillante capaz de darse cuenta de que su descubrimiento podría suponer algo más que una simple curiosidad pasajera, el ingeniero De Mestral descubrió el archiconocido Velcro, bautizado así de la unión -una vez más la unión- de las palabras francesas velours y crochet, terciopelo y gancho.

La mezcla de genialidad, suerte, casualidad y esfuerzo suele dar resultados sorprendentes que se convierten en verdaderas revoluciones. 

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