La
casualidad nos da siempre lo que nunca se nos hubiere ocurrido pedir.
Esta frase del escritor y poeta francés Alphonse de Lamartine,
explica en gran medida que la casualidad puede ser fuente u origen de
grandes descubrimientos, algunos de ellos, capaces de cambiar el
mundo.
Muchos
de los inventos y descubrimientos más importantes de la historia son
fruto de hechos inesperados o afortunados que se produjeron buscando
otros fines o por azar es decir, fruto de la serendipia.
La serendipia,vocablo derivado del inglés serendipity, es un término
acuñado por el IV conde de Orford, Horace Walpole derivado de un
antiguo cuento persa en el que se narra la manera en que los
protagonistas – los príncipes de la isla de Serendip, denominación
árabe de la isla de Ceilán, la actual Sri Lanka- encuentran
solución a los problemas que se les plantean gracias a un conjunto
de casualidades.
El término serendipia vuelve a estar de moda gracias al creciente interés que muestran las organizaciones y, en general, el conjunto de la sociedad a temas derivados de la innovación y la creatividad. En este contexto, la serendipia, hace referencia al hecho de realizar un descubrimiento de manera afortunada, pero también a la habilidad que muestra una persona para darse cuenta que lo sucedido puede derivar en un descubrimiento aunque no sea precisamente el fin que buscaba.
La
historia está llena de curiosos casos de serendipia que abren la
puerta a pensar que la innovación, en ocasiones, viene dada por un
hecho casual. Esto no quiere decir que la innovación se presente
únicamente con golpes de suerte o efectos mágicos, si no que a
veces, la oportunidad se nos presenta y es necesario disponer de la
habilidad para reaccionar ante ella.
Casos
como el descubrimiento del velcro por parte del ingeniero suizo
George de Mestral o de los conocidos post-it de la empresa 3M a raíz
de una partida defectuosa de pegamento del doctor Spencer Silver, nos
dan muestra de ello. La casualidad se dio de una forma u otra, pero
es necesaria también la capacidad del inventor en cuestión para
darse cuenta del descubrimiento y transformarlo en un producto o
servicio capaz de convertirse en una verdadera innovación.
La
innovación es, por lo tanto, fruto del trabajo, la observación y la
capacidad para aprovechar todas las oportunidades que se presentan,
sea del modo que sea y allá donde se produzcan. Por ello, es
interesante sistematizar la innovación en todos los procesos y
actividades de las organizaciones, de manera que las casualidades se
conviertan en causalidades del éxito.
Cuando la casualidad se convierte en flujo continuo de causalidades es debido a que las personas que componen cualquier organización están más preparadas para darse cuenta de lo que sucede a su alrededor, que son capaces de convertir una idea en realidad y ejecutan su trabajo en base a la observación continua y la creatividad.
Por
lo tanto, la casualidad es uno de los factores que pueden intervenir
en un proceso innovador, al que se debe estar atento, pero no es ni
mucho menos el único. Las capacidades y competencias personales, así
como el esfuerzo y la preparación son ingredientes más que
necesarios en esta combinación.Y es que, como dijo Anatole France,
“En todo lo que nos rodea y en todo lo que nos mueve debemos
advertir que interviene en algo la casualidad.”
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